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Historia de Torres de la Alameda

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En las proximidades de Madrid, en la meseta que corona la espléndida ciudad de Alcalá de Henares, se extiende un llano protegido por montes bajos con abundante vegetación: 43 kilómetros cuadrados con una historia de casi dos mil años y un futuro prometedor: Torres de la Alameda. Se ha creído durante mucho tiempo que las tres torres que, junto con una gavilla de trigo, integran su escudo, aluden al nombre que los árabes dieron a la zona al contemplar sus elevadas fortificaciones. Sin embargo, los restos arqueológicos que se conservan en el mismo municipio muestran que la denominación “Torres” tiene su origen en el Turres romano. En efecto, aunque en los alrededores se han hallado restos arqueológicos de arte campaniforme que denotan la existencia de ciertos asentamientos neolíticos, como los que existieron en las orillas del Henares, y aunque es lógico que los iberos y los celtas que ocuparon la región alcalaína extendieran hasta Torres su territorio, parece claro que el origen de Torres de la Alameda debemos remontarlo al período de la romanización. Junto a los fragmentos de columnas encontrados en El Calvario, monedas o incluso algunos mosaicos documentados por el historiador Quintano Ripollés, la pieza estrella de la cultura romana torresana es una lápida funeraria que se ha conservado como parte del muro de la ermita de la Soledad. Un pasado romano el del entorno de torres que sin ninguna duda fue esplendoroso, como viene a demostrar el paso de la Vía Galiana, una antigua calzada romana perfectamente conservada trazada por el emperador Trajano y que iba desde Complutum, es decir, Alcalá, hasta Titulcia, sirviendo como red de comunicación para el comercio y el ganado. Junto a ella, la Colada de Alcalá y algunas otras sendas de la época evidencian el papel de Torres como nudo de comunicaciones entre los pueblos de la comarca. Es bien sabido que, tras la caída del Imperio Romano, la zona central de la península ibérica es tomada por el reino visigodo de Toledo y es precisamente la relativa cercanía con la capital visigoda, cuyo arzobispado marcará los siglos de la Edad Media tanto de Alcalá como del propio Torres, la que determina una visigotización de Torres nada traumática. No obstante, salvo algunas monedas, pocos son los restos que quedan de estos dos o tres siglos. Muy pronto llegan los árabes, concretamente en el 711, y en este mismo año o a lo sumo al siguiente los encontramos ya en Alcalá. Como en buena parte de la comarca, en Torres existen vestigios del paso de los árabes. En concreto, del arte mudéjar, es decir, de los árabes que se quedaron en Castilla una vez reconquistada por los cristianos; en este estilo se construyó en el lugar donde hoy se encuentra su hermosa iglesia parroquial del siglo XVI una edificación que con seguridad tendría el doble de extensión que la actual. La antigua iglesia se levantaría posiblemente en el siglo XIII y de ella conservamos la parte inferior de la torre. Pero los árabes dejaron en Torres algo más que este hermoso ejemplo de su sensibilidad artística. El mejor mudéjar castellano se caracteriza por su construcción en ladrillo, un ladrillo que, dadas las características del terreno, predominantemente arcilloso, y el afán emprendedor y la visión comercial de los torresanos, determinó el levantamiento de varias fábricas de ladrillo, que se convirtieron en una de las industrias tradicionales del municipio y que por fortuna aún se conserva. Pero no sólo restos arquitectónicos dejaron los árabes aquí. Se mezclaron con los antiguos pobladores, enriquecieron nuestro mundo y vocabulario y nos enseñaron a cultivar algunas plantas, como el olivo y el trigo, que con el tiempo fueron convirtiéndose en fundamentales y en índice de la riqueza de la región. De hecho, el tiempo de aceituna cultivada en la zona cuenta hoy con denominación de origen, pues no en vano el municipio de Campo Real, con su hermoso nombre y sus extensos olivares, se encuentra a unos escasos kilómetros de Torres de la Alameda. Por no mencionar el aceite del propio Torres, uno de los mejores de la zona. Cuatro siglos duró el dominio árabe sobre estas tierras, concretamente hasta que Alfonso VI ordenó la reconquista. Precisamente fue Alfonso VI quien concedió a Bernardo de Sahagún, obispo de Toledo, derechos sobre Alcalá. Por su parte, Alfonso VII donó al obispo de Segovia municipios vecinos, como Loeches o Arganda, que fueron pasando alternativamente a manos de los arzobispados de Segovia y Toledo. Torres corrió la suerte de todos estos pueblos, que volvieron a caer en manos de los árabes, nada menos que ante los ataques del legendario Almanzor. Sólo cuando el rey Alfonso VIII, el mismo que desterró al Cid y dio lugar a la leyenda, devolvió a Torres al arzobispado de Toledo, el lugar dejó de sufrir los azares de las batallas y conquistas que caracterizaron aquellos años. Durante la edad Media formaba parte del grupo de aldeas dependientes de Alcalá que se llamó “Las veinticinco villas”. No fueron pocos los litigios entre Torres y Alcalá por conseguir la jurisdicción sobre determinadas tierras o derivado del pago de tributos. Finalmente, a requerimiento del arzobispo de Toledo, la princesa Juana de Portugal, hija del emperador Carlos I, otorga el título de villa de Torres y, con él, la definitiva independencia de la que en aquel momento era uno de los grandes focos de cultura y poder en toda Europa: Alcalá. Era el 11 de abril de 1555. Sin embargo, la independencia de Torres no acabó con los litigios con la vecina Alcalá y, mucho menos, con las injerencias del arzobispado de Toledo. De este modo, en 1578 Felipe II, decide arrebatar la jurisdicción al Primado y tomar torres como propiedad de la Corona. Ésta es la época en que Torres empieza a poblarse. A Golpe de campana se convoca a los torresanos de una vez al año para reglamentar las actividades ganaderas y comerciales en general que, por los datos que se conservan, eran abundantes y provechosas. Y así pasó el tiempo y entregó el siglo XVII. Se mejoraron los caminos con motivo del paso de la emperatriz Mariana de Austria por diversos pueblos de la zona. La sábana santa de Torres, que llega en este momento, es una de las mejores copias que existen de la de Turín. El sudario está bastante bien conservado, aunque muestra señales de un incendio. Se trata de una tela de Nilo, amarillenta, de unos cuatro metros y medio por casi dos metros. En el lienzo se estampa la imagen, con los antebrazos cruzados sobre el vientre, tanto de frente como de espaldas, apreciándose señales de la corona de espinas, de los ojos, nariz y boca, así como de varias heridas. El patrimonio artístico y cultural de Torres de la Alameda es, como vemos, rico, sobre todo en lo que se refiere a objetos de culto. La iglesia de la Asunción es de una belleza imponente, una de esas sobriedades elegantes del plateresco español que han fascinado a viajeros y visitantes a lo largo de los años. Aunque en Torres existieron varias ermitas, hoy sólo se conservan dos de las cuatro que convivieron en anteriores épocas. A la de la Soledad ya aludimos cuando hablábamos de la magnífica lápida romana que aparece incrustada en uno de sus muros. Su levantamiento es simultáneo, o tal vez algo posterior, al de la iglesia de la Asunción. Hoy está siendo rehabilitada de forma que pueda albergar de forma permanente una exposición de la Sábana Santa, hasta el momento restringida a los momentos litúrgicos de su culto. A mediados del siglo XVIII vemos cómo esta localidad, que había quedado como propiedad del rey, fue vendida al conde e Altamira y partes de su término municipal a otros nobles como don Juan de Goyeneche. En realidad, esta época tiene poca importancia para la historia de un pueblo que en aquel momento contaba tan sólo con sesenta habitantes. En todo caso, lo más reseñable es el deslinde de Alcalá que se lleva a cabo, que no será definitivo hasta entrado el siglo XIX. Y es que en este siglo se multiplica en Torres el número de viviendas. Como en el resto del país, se atraviesan dificultades económicas, lo que no es impedimento para que se mejoren de forma considerable las vías de comunicación (caminos a Loeches, Pozuelo y Torrejón) y se arreglen calles del casco urbano (calle mayor, Arenal, Procesiones, etc.) o se tomen medidas sanitarias para el agua de consumo. Durante el siglo XX, la historia de Torres ha corrido paralela a la del resto de la región, sufriendo los avatares de la guerra civil, la reconstrucción, el despegue y, por fin, el desarrollo, que nos lleva hasta nuestros días.

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